El arzobispado de Madrid ha decidido formar a ocho exorcistas para combatir al Maligno. Parece una noticia de hace cien años, pero es de candente actualidad.

Mientras nuestra sociedad tiende al racionalismo, al sentido común y ha despojarse de mensajes infantilistas, la Iglesia Católica regresa a la superstición.

Si, la Iglesia Católica cree en diablos, incubos y súcubos, su libro de cabecera es el famoso “De praestigiis daemonum et incantationisbus ac veneficiís” escrito en 1564 por Jean Wier, en el que se afirma que existen 7.409.127 diablos bajo las órdenes de 79 príncipes sometidos a Satanás.

Me preocupa la formación de exorcistas, ya que se empieza por eso y se termina con jueces inquisidores representando al Tribunal del Santo Oficio, y ejecutando a todos aquellos que ponen en duda sus creencias.

Aún no se han enterado que esos que ellos llaman poseídos son esquizofrénicos, una enfermedad que se caracteriza por delirios, alucinaciones y visiones, debidas a un aumento de dopamina en la vía mesolímbica, y este mal, difícil de tratar, no se cura con exorcistas, sino con psiquiatras que terminan por recetar clozapina, olanzapina o risperidon a los afectados.

Uno de los mayores logros de la Iglesia Católica ha sido la invención del pecado y después el demonio. El demonio sirve para asustar a los niños y a los feligreses devotos y piadosos que se lo creen todo. Cioran decía que el “demonio es por esencia el espíritu dogmático”, y lo irracional, y la ignorancia.

No les ha bastado con la ley de la enseñanza, con la vergonzosa y discriminante separación de niños y niñas, con la asignatura de la religión, dos reformas de la enseñanza que vulneran los artículos 14 y 16 de la Constitución. Además nos tendremos que preocupar de las andanzas del diablo con sus influencias maléficas y el peligro de ser poseídos. Primero el cardenal Rouco Varela crea los exorcistas, luego vendrán los vigilantes de la moral, algo así como los vigilantes de la revolución iraní.