Reflexiones privadas

junio 27th, 2016

Un tarde paseando con Jack Cadington, especialista en enteógenos y productor de documentales cinematográficos de California, le pregunté:»¿Jack tú crees en Dios?». Me señaló un cactus de Peyote y me contestó: «Ahí dentro está Dios». Esa misma noche me elaboró una dosis de Ayahuasca que me llevó a un estado modificado de consciencia, que me hizo recorrer todo mi pasado filogenético y atisbar mi futuro. Un reencuentro en un lugar sin tiempo. Un reencuentro con mi soledad y mis demonios internos.

Como buen ateo he leído la Biblia, el Corán y el Torah. He leído los Manuscritos del Mar Muerto y los de Nag Hammadi. He releído y reflexionado sobre los Upanisad de la India que se han convertido en la mejor lectura que he tenido en mis manos. He leído el Dhammapada de las enseñanzas de Buda, el Avesta de zoroastrismo, el Tao de Confucio y libros taoístas, sintoístas y jainístas.  Mientras otros reían o pacían delante de la televisión basura, yo quemaba cientos de horas estudiando mecánica cuántica y neurofísica.

He buscado respuestas caminando por el laberinto de la catedral de Chartreuse, entre peregrinos que fanáticamente hacían el mismo recorrido que yo de rodillas; he visitado lugares misteriosos, prohibidos y , para algunos, sagrados ; he estado en antros de los oscuros suburbios de las ciudades donde ves la verdadera podredumbre humana y no sabes si saldrás vivo de aquel lugar; en África he tenido aferrado entre mis brazos a niños que tenían los días contados; he estado en la iglesia de Rennes-le-Château, franqueado por la imagen del demonio Asmodeo y la inquietante inscripción «Terribilis est locus iste» (Este es un lugar terrible); he visitado las ruinas de todos los castillos cátaros testimonio de crueles matanzas por cuestión de diferentes creencias; he sentido un extraño estremecimiento al entrar en el campo de concentración nazi de Dachau  y en el Coliseo Romano; he recorrido lugares no accesibles del Vaticano acompañado por un Camarlengo que quería activar mi fe perdida.

Una noche me encerraron en una habitación oscura y me hicieron escribir mi testamento a la luz de una vela situada sobre el cráneo de una desdentada calavera; he recorrido descalzo mezquitas en las que oraban cientos de musulmanes; he meditado en tekias sufíes después de haber danzado como los derviches giravoltes; he excavado en el interior de cuevas perdidas cuyo acceso eran peligrosas chimeneas; he meditado en dólmenes cargados de energía y en el interior de la tumba de la princesa Tin Hinam de los Tuareg en Abalessa; he descendido al interior de sepulcros casi milenarios con cientos de esqueletos que me miraban con reproche por haber perturbado su silencio y quietud; he buceado en el mar sintiendo esa sensación de ingravidez; he deambulado por pegajosas selvas y áridos desiertos; he sentido en mi cuerpo la metralla de una explosión y la afilada punta de un cuchillo, circunstancias que me han permitido degustar el sabor inconfundible de la sangre; me han apaleado y encerrado en una mazmorra que olía a letrinas y defecaciones; he pilotado aviones teniendo la sensación que podía ascender hasta escapar de este planeta; he subido al Vesubio entre «fumatas» y temblores de tierra. Y como dice el replicante Nexos-6, antes de morir, en el final de Blade Runner: «…todos esos momentos se perderán como… lágrimas en la lluvia».

One Response to Reflexiones privadas