Visita a la capilla Sixtina

abril 25th, 2013

Explicó en mi último libro sobre el papa Francisco y el IOR (Banco del Vaticano), mi visita al Vaticano, donde había sido invitado por el entonces Camarlengo monseñor Martínez Somalo, a raíz de una entrevista con el cardenal Tarancón. Ya a ambos les había explicado que no era creyente para disipar dudas, Tarancón me dijo con su inseparable pitillo entre los oscuros dedos de nicotina de la mano derecha: “No se preocupe hijo, todos terminamos creyendo en algo”.

Decidí aprovechar la invitación del camarlengo. Anunciar a la guardia suiza del Vaticano que venía a ver a monseñor Martínez Somalo y cuadrarse, fue todo uno.

Uno de aquellos albarderos con lanza y uniforme de colores me llevó por pasillos de mármol cargados de cuadros y cortinas hasta un gran aposento donde me recibió Martínez Somalo, quién me recriminó que hubiera venido en el mes de agosto, ya que no estaba el papa y no me lo podía presentar. Le exprese un fingido disgusto y le dije que sólo quería ver la capilla Sixtina, cerrada por obras de restauración y la biblioteca. Me abrieron las puertas de la capilla Sixtina, con algunos andamios en sus paredes, y me dejaron sólo durante media hora o más. Fue impresionante, me recree mirando todos sus frescos, especialmente la imagen de Dios creando a Adán, una escena que me creo mi primer problema con el TOP (Tribunal de Orden Público), ya que en mi tercer libro, “Génesis y Apocalipsis de la Tierra” había reproducido este cuadro de Miguel Ángel pero sustituyendo a Adán por un mono. Me denunciaron y tuve que pasar por el TOP.

La media hora en solitario en la capilla Sixtina me dio tiempo para imaginar a Miguel Ángel pintando con máximo detalle los órganos sexuales de los ángeles y sintiéndose culpable por su sodomía, y al papa Julio II, profiriendo insultos al pintor desde debajo de los andamios por hacerse subir vino y jóvenes desnudos para pintarlos. Debió ser una escena delirante. Dicen que los uniformes de vivos colores – azul, naranja y rojo -, de los guardias suizos, fueron diseñados por Miguel Ángel.

Miguel Ángel era un caso como el de Caravaggio que elegía los modelos de sus ángeles entre los mozalbetes putos que amaba, e inmortalizó en docenas de querubines que vuelan entre nubes o merodean junto a la Virgen, en sus cuadros y frescos.

En un próximo post explicaré la visita a la Biblioteca que también tiene su historia.

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