Desmontando a Dios

marzo 31st, 2019

 

Desmontando a Dios

 

Hoy la ciencia, con sus descubrimientos, ha lanzado una OPA a la creencia en Dios. Darwin fue el primero en desvalorizar el mercado de parcelas del Edén, rescindiendo e inhabilitando  a Adán y Eva.

Cada día que emerge un nuevo descubrimiento en biología, cosmología, paleontología o medicina, la idea de la existencia de Dios sufre un descalabro. Si los sacerdotes de las grandes religiones tuvieran poder, censurarían determinadas investigaciones. Es incongruente que, en algunos países, las religiones prohíban investigaciones dirigidas a descubrir nuestros orígenes o prolongar nuestras vidas indefinidamente, y, sin embargo, esos mismos censuradores bendigan y permitan los progresos en armas de destrucción masiva; y cometan terribles escándalos sexuales en los que se ven involucrados inocentes niños y niñas.

Contemplamos como la idea de Dios no ha muerto en la mente de muchos seres desesperados, pero se ha convertido en una leyenda agonizante. Sólo creen en Dios los muy felices o los muy desesperanzados. Los primeros porque el azar les ha proveído de todas las necesidades, primacías y comodidades, incluso en salud; los segundos porque no tienen ninguna expectativa o esperanza de disponer de una vida humanamente soportable. Para los creyentes solo es cuestión de fe, para los ateos la fe es una enfermedad fantasiosa. H. G. Wells se preguntaba en “La guerra de los mundos” para que servía la religión si en los momentos que ocurren las calamidades no prestaba ningún socorro.

Nadie ha visto a Dios o ha hablado con él, salvo algunos enfermos mentales de los que hubo muchos entre los santos y santas. Si hablas con Dios eres religioso, pero si Dios te habla eres psicópata. Dios es una fantasía que nació el día que un chamán del Pleistoceno dominó el fuego y ritualizó algunos comportamientos humanos. La religión apareció para fortalecer aquellos procedimientos.

Mucha gente no cree que el hombre ha llegado a la Luna, pero cree en un Dios que no ha visto nunca. La religión vive de la falta de conocimientos científicos, de la escasa cultura, del condicionamiento infantil en los colegios religiosos, de la debilidad de muchas mentes confusas. ¿Cómo alguien puede creer en Adán y Eva, en el Arca de Noé, en la resurrección de Lázaro, en el nacimiento de Jesús con la intervención del Espíritu Santo? ¿Cómo se puede creer que Dios ha hecho andar a un paralítico en Lourdes y mientras tanto ha permitido que cinco mil niños se mueren cada día de hambre, en guerras, esclavitud o enfermedades?

Cada día que transcurre y la ciencia avanza en sus descubrimientos, la creencia de Dios va menguando, va palideciendo, va demostrando que es ilógica, irracional, una fantasía para paliar nuestras inquietudes existenciales. Un placebo psicológico. Dios se ha convertido en una historia sospechosa, en un fraude económico, en una forma que unos pocos tienen de dirigir las mentes humanas en su beneficio. Los sacerdotes de las distintas religiones debieran de ser lo suficiente sinceros para admitir que están vendiendo fantasías, leyendas antiguas, mitos, falsas esperanzas; y lo más grave, que están creando en muchos seres traumas y bloqueos psicológicos irreversibles; en algunos casos están creando individuos fanáticos, “hooligans de Dios”, que terminan inmolándose en actos terroristas a cambio de una bendición o un paraíso. A veces sus actos se refuerzan con la presencia de una  voz interior que les ha hablado, típica de la esquizofrenia o paranoia.

 

Las religiones con sus mitos y leyendas son el mayor escollo con el que se ha enfrentado la ciencia en la historia de nuestra civilización. Son culpables de los mil años que hubo de ignorancia, ya que fueron las religiones las que nos introdujeron y nos mantuvieron en la oscuridad, atraso y el miedo. Si a alguien hay que culpabilizar de los traumas y enfermedades psicológicas que ha sufrido la humanidad, es sin duda a las religiones, que con sus ilusorias historias, sus mitos insostenibles ha condicionado a millones de niños y miles de adultos. Hoy siguen condicionando a los niños en los colegios religiosos, pero con los adultos su discurso ha tenido que cambiar. Destaca el filósofo ateo A. C. Grayling, que “Las religiones necesitan llegar a los niños, porque a un adulto no lo pueden persuadir. Si a un adulto le explicas una religión, le parece algo sacado de Los Simpson”.

El neurobiólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Idan Sergev dijo: “Dios es una invención del cerebro. Si yo fuera capaz de construir un robot con un cerebro tan complejo como el mío, seguro que creería en Dios”. Pasko Rakic de la Universidad de Yale, añade: “Muy probablemente, el robot pensará que su constructor es Dios”.

La ciencia ha tenido que afrontar los fundamentalismos de religiones que, representando a presuntos seres divinos que les otorgaban el poder dogmático, les autorizaba a determinar que era cierto o era falso. Evidentemente era falso, erróneo y hereje todo el conjunto de teorías científica que contradecían los pueriles argumentos que sostenían las diferentes religiones. Cuando los argumentos se terminaban las religiones se han valido del poder dogmático respaldado por el ejército de reyes y señores que conocían el poder de convicción de los sacerdotes y los utilizaban para exterminar a sus enemigos o arreglar bodas de conveniencia. Las religiones han quemado miles de documentos, libros y textos de investigación que contradecían sus principios y, en ocasiones, junto a esos textos del saber, han sido pasto de las llamas sus autores. Los que lograron escapar a este terrible final, sufrieron la marginación hasta el punto de tener que huir de sus países o terminar sus días en infectas mazmorras; otros fueron acallados, ridiculizados, amenazados y alejados de sus cátedras o sus lugares de investigación.

 

La lista de perseguidos y ajusticiados por todas las religiones es inagotable, así como la quema de libros calificados de herejes es interminable. Hoy las religiones siguen actuando en contra de todos aquellos que osan contradecir sus “verdades” dogmáticas, muy especialmente las tres religiones monoteístas: cristianismo, el islam y el judaísmo.

Tres religiones diferentes, con dioses distintos, pese a que algunos pretendan decirnos que Dios, Jehová y Allá, son la misma persona. Recordemos que el primero tuvo un hijo, Jesús que envió a la Tierra; el segundo no tuvo ningún hijo y sus seguidores esperan su llegada a la Tierra; el tercero tampoco tuvo un hijo, y Jesús es solo un profeta. Las diferencias son notables, sin mencionar otros aspectos.

Cualquiera de estas religiones monoteístas arrastra grupos sectarios más o menos fanatizados. Son esos grupos los que en nombre de estas grandes religiones asesinan o matan a aquellos que no comparten su ideología totalitaria basada en dogmas religiosos. Los tenemos en EE.UU. asesinando a un médico abortista, en Europa los yihadistas disparando contra aquellos que escuchan música, beben alcohol, fuman o son ateos.

Todas las guerras más terribles o matanzas han tenido un trasfondo religioso detrás. Las religiones se han enfrentado en terribles matanzas para defender “su verdad”. Chiitas contra sunnitas se siguen enfrentando a muerte desde el origen de su religión por un asunto de herencia; católicos y protestantes se han matado igualmente, solo hay que recordar en 1572 la matanza de hombres, mujeres, niños y ancianos, más de 10.000, que realizaron los católicos en la noche de San Bartolomé. El lector puede alegar que fue en el siglo XVI, pero es que en el siglo XX seguían matándose católicos y protestantes en Irlanda del Norte. No voy a detallar otras matanzas realizadas por la Iglesia católica, como la de los cátaros, templarios o musulmanes en las Cruzadas. Tampoco las de los croatas contra los musulmanes el siglo XX.

Para combatir a la ciencia desde la ciencia o Seudociencias, Benedicto XVI creo en 2008 el coloquio de la Academia pontifical de las ciencias en el corazón de la Santa Sede, dedicada a la investigación fundamental, la ética y la responsabilidad con el medio ambiente. Como muestra de su inmensa labor fue apoyar a los creacionistas y el diseño inteligente; y, algunos investigadores destacan que también inició una fuerte “cruzada” contra la asignatura de filosofía en las aulas francesas y española.

El fallecido Stephen Hawking, que siempre fue actualidad por sus declaraciones, visitó España para hablar en el Congreso Starmus sobre ciencia y añadió sus inesperados comentarios ateos. Los organizadores de Starmus, la Caixa, Atos (empresa tecnológica francesa), el Instituto Tecnológico y de Energías Renovables, el Gobierno de Canarias y el Cabildo de Tenerife, fueron los creadores de este evento.

Starmus reunió a científicos, premios Nobel y astronautas. También trajo a una élite de científicos ateos. Entre ellos Harold Kroto, Nobel de Química en 1996, ateo militante; otro gran ateo asistente fue Richard Dawkins, autor de El gen egoísta y El espejismo de Dios, así como presidente de la Fundación para la Razón y la Ciencia. Y Hawkins, que no tuvo pelos en la lengua cuando destaco que no creía en Dios, ya que la ciencia le había dado respuesta que Dios le había negado.

Los avances científicos actuales están “desmontando a Dios”. Las teorías modernas nos aseguran que el Universo surgió de la nada sin una causa aparente. En un punto de singularidad de la nada se produjo el Big Bang y, tras complejos pasos, aparecieron las galaxias, estrellas y planetas, es decir, el Universo que percibimos, un cuatro por ciento, el resto es materia y energía oscura, suponemos.

Antes del Big Bang no existía nada, no había nada, ni espacio, ni tiempo, ni energía, ni materia. Y estos nos lleva a inquietantes interrogantes: ¿Cómo de la nada puede surgir algo? ¿Qué hay más allá de la nada? ¿Dónde estaba ubicada esa nada?

Si utilizamos reflexiones teológicas, vemos que también nos plantean inquietantes interrogantes: ¿Si hubo un Dios que creo ese Universo, qué hacía antes de crearlo en aquella eternidad? ¿Por qué espero una eternidad para crearlo? ¿Por qué creo algo que ya sabe cómo terminará?

Estos interrogantes me recuerdan la anécdota del monaguillo que pregunta al sacerdote qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo. Y el sacerdote le respondió: “Estaba creando el infierno para los que hacen preguntas como la tuya”.

La nueva física y cosmología, según destacaba Stephen Hawking, no necesita a Dios para explicar la génesis de nuestro Universo. Decía Hawking, que el Universo no tiene una causa en su origen, sólo es un efecto, y que la causa hay que buscarla después, es más, concretaba que la causa somos nosotros. Que no hay ninguna causa divina y que el universo se auto-creo para hacerse inteligente, y esta cualidad mental, la materializó en los seres vivientes que lo habitan.

La mecánica cuántica de Schrödinger y Heinsenberg plantea problemas con la existencia de Dios. Como ejemplo sencillo diremos que si observamos con el microscopio una gota de agua, el sólo hecho de iluminarla para su observación produce que la estemos modificando, ya que los fotones perturbaran la composición del líquido. Sirva este ejemplo informal para entender el efecto observador.

Los primeros instantes de la aparición del universo están constituidos por interacciones entre partículas cuánticas, y es a partir de esas interacciones que aparece la materia. Para los físicos cuánticos el mundo es cuántico y no hay ninguna  separación entre el mundo clásico y el cuántico. Es más, es el mundo clásico el que emerge a partir del cuántico. Tampoco se precisa una causa primera para que aparezca nuestro universo, ya que la incertidumbre cuántica desmonta el argumento de la causa primera.

Las partículas pueden surgir imprevisiblemente y sólo podemos presentar probabilidades de cuándo aparecerán y en qué lugar, nunca las dos cosas a la vez. Por otra parte estas partículas no tienen una causa precisa. Ni la necesita según Hawking. Es el principio de incertidumbre o principio de indeterminación de la teoría cuántica, un principio que explica por qué el mundo está constituido por acontecimientos que no pueden relacionarse enteramente en términos de causa y efecto. Así que la incertidumbre cuántica permite al universo surgir espontáneamente del vacío en virtud de una fluctuación cuántica. Vemos como la mecánica y cosmología cuántica contemporánea parece haber abolido la necesidad de Dios.

El efecto del observador nos sumerge en el cambio repentino de una propiedad física de la materia, a nivel subatómico, cuando esa propiedad es observada. Es el llamado colapso de función de ondulatoria, el cambio en la función cuántica-ondulatoria cuando una observación tiene lugar. En este caso tenemos una contradicción con la presencia de Dios. Según los profesores de física Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, si Dios colapsa las funciones de onda de objetos grandes haciéndolas reales por su observación, los experimentos cuánticos indican que no está observando lo pequeño.

Esto es bastante alarmante, porque quiere decir que Dios no lo observa todo, no está en todo y menos en nuestro mundo subatómico que forma parte de los seres humanos.

Brevemente debemos plantearnos el interrogante de porque en nuestras mentes existe el concepto del tiempo: el tiempo que transcurre. Pero ¿Y si el tiempo no existiese? El mismo planteamiento tendríamos ante los universos paralelos o las dimensiones invisibles. Einstein, pese a su panteísmo, se preguntaba si Dios tuvo alguna opción a la hora de crear el Universo, es decir, si había otros universos posibles. Hoy, según la teoría de las cuerdas, existen una cantidad inmensa de universos posibles.

Ante la pregunta de que había antes, me dirá el lector creyente que está claro que estaba Dios. Permítame recordarles una anécdota real entre Laplace y Napoleón. El primero le enseñaba en un dibujo al segundo un croquis de su reciente teoría sobre el sistema planetario. Napoleón lo estudio y luego le pregunto a Laplace: “No veo a Dios en vuestro sistema planetario”, a lo que Laplace contesto: “Veréis, para crear este sistema planetario no he tenido la necesidad de la hipótesis de la existencia de Dios”. Personalmente tampoco necesito la hipótesis de Dios.

Le religión ha sido un escollo continuo ante los descubrimientos de la ciencia, porque muchos de ellos ponían en peligro “sus verdades” y sus dogmas. Antes utilizaron la hoguera como barrera para los pensadores y los nuevos conocimientos. Hoy parecen aceptar la ciencia, pero siguen denunciando sus progresos y sus prácticas, tratan de retrasar un final inevitable: que la ciencia convierta a los seres humanos en inmortales.

Soy humanista y libre pensador, cientificista y racionalista. Cuando cometo un acto infame, no puedo confesármelo como los cristianos y descargar de la conciencia mi error. Los cristianos se lo confiesan y esto les hace sentirse limpios hasta la próxima vez. A diferencia de los que creen en Dios tendré que recordar mi mal comportamiento toda la vida y, al no limpiarse y olvidarse, me servirá de experiencia para no cometerlo por segunda vez. Mientras que el creyente lo cometerá innumerables veces, porque sabe que siempre tiene la oportunidad de bórralo de su “currículo vitae”.

Somos libres de creer o no creer, de estar sujeto a dogmas e historias indemostrables o tener la independencia de un libre pensador. La ciencia no puede demostrar que Dios no existe, pero puede revelar todo el tortuoso camino de nuestra evolución en el que muchos aspectos bíblicos se convierten en historias inexistentes y cuentos infantilizados. Ante la aplastante fuerza de las pruebas físicas de la ciencia, a la Iglesia, que tampoco puede demostrar que Dios existe, sólo le queda la fuerza de la fe.

Si muchos científicos, sabios y pensadores hubieran tenido la libertad de expresar sus creencias sin ningún tipo de amenazas por parte de las religiones, con toda seguridad el número de agnósticos y ateos a lo largo de la historia habría sido abrumador, y también, posiblemente sin el poder del miedo y de la espada, muchas religiones no habrían triunfado nunca.

Si las religiones no hubieran coartado a los científicos hoy estaríamos mucho más avanzados tecnológicamente. Hoy vemos las consecuencias del retraso de Oriente Medio como consecuencia a posturas radicales del Islam, que con sus teocracias controla la investigación científica y las ideas de los científicos. Además, desprecian la sabiduría potencial de un 50% de la población por el solo hecho de ser mujeres. La base del problema de la diferencia entre Occidente y Oriente Medio, es que en la historia del Islam no hay un periodo de Ilustración como lo hubo en Occidente. La Ilustración significo un gran salto en la libertad de pensar y actuar libremente sin estar sujetos a la religión.

Las religiones deben su esplendor en épocas pasadas por el hecho de que se enfrentaron al progreso, a los adelantos que amenazaban su poder, y manipularon el pensamiento humano manteniéndolo en el más profundo oscurantismo. En su cruzada contra el conocimiento se centraron en los niños, a los que durante siglos manipularon haciéndoles cree historias y produciéndoles temores que arrastraron, algunos, toda su vida en forma de traumas inconfesables.

El papa Pío IX planteó la exigencia de tener derechos preferentes para la Iglesia  en la enseñanza. Pío IX sabía lo importante que era condicionar las mentes de los adolescentes para asegurarse unos fieles seguidores. Afortunadamente esto no prosperó por la inevitable confrontación con la comunidad científica. En realidad Pío IX condenó la libertad de culto y consideró a la religión católica como la única religión de estado. Se opuso a pactar con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.

La historia de la humanidad ha sido un continuo debate entre ciencia y religión, un debate en el que numerosos pensadores han sido quemados o marginados. Un oscuro túnel lleno de víctimas del que parte de la humanidad ha salido  recientemente. Otra parte sigue sumida en creencias y costumbres de la edad media, como es el caso de los seguidores de los integrismos que viven una religión del medioevo con tecnologías del siglo XXI.

La realidad es que sólo el cristianismo, judaísmo e Islam son reacios a según qué avances científicos. Es curioso que sólo los monoteísmos hagan oposición a la ciencia.

Soy un encarecido defensor de la ciencia que ha liberado a la humanidad de supersticiones, oscurantismos e ignorancia. Soy cientificista y como tal creo en el conocimiento científico. Creo que todo puede responderse y saberse a través de las diferentes disciplinas de la ciencia, pese al desconocimiento e inseguridad que tenemos.

Pese a los ataques sufridos contra la ciencia, desde algunas religiones y pensadores dogmáticos, sobrevivirá y seguirá haciendo avanzar y progresar a la humanidad.

Destacan muchos moralistas que la ciencia quiere reducir al ser humano a un complejo de circuito cerebral, una máquina que se cree libre sin serlo. Nuestra libertad es relativa, está sujeta a unos genes egoístas, como demostró el científico ateo Richard Dawkins; o a unos neurotransmisores como explico en mi libro El cerebro 2.0 al hablar de la química del amor.

El cientificismo no debe relacionarse estrictamente con el ateísmo, es cierto que existen muchos científicos ateos, un 60% según la revista Nature, pero también los hay agnósticos y ateos con una particular espiritualidad.

La ciencia es una fuerza liberadora de la humanidad y el único camino para avanzar y frenar la opresión política. Lo que nos hace progresar es la tecnología, no las decisiones políticas. Internet no fue una decisión política.

La divulgación científica se convierte hoy en una asignatura necesaria para ofrecer a todos los ciudadanos, de una forma accesible y comprensible, los avances de la ciencia. Vivimos en una civilización en la que sólo usa los avances tecnológicos pero no sabe nada sobre ellos. Muchas personas son sometidas a un TAC sin saber para qué sirven aquellos largos minutos introducidos en un tubo de acero. Tomamos comprimidos sin saber cuál es su función exacta. Vemos cómo se desarrolla toda una industria espacial sin conocer a penas el universo que nos rodea. Millones de personas desconocen el tortuoso camino evolutivo de cientos de miles de años que ha sufrido su especie para llegar a dónde ellos están.

Hoy la tecnología está llegando a tal grado de complejidad que, para comprenderla, necesitaremos que nos injerten un chip que resuelva las conexiones y nos ayude en nuestra relación con las comunicaciones y los enlaces y vínculos con otros elementos electrónicos.

El principal escollo de la ciencia fue la Iglesia católica que, mientras dominó en el mundo, excomulgó, encarceló, humilló y llevó a la hoguera a muchos científicos. En los últimos siglos ha seguido oponiéndose a los adelantos científicos, desde los anticonceptivos a las células madres, ha realizado una cruzada que, en ocasiones se ha saldado con asaltos a clínicas y delitos criminales. También sigue mostrando una fuerte oposición a determinadas ideas cosmológicas y aplaude que la filosofía sea una asignatura menor en las aulas, mientras ve que cada descubrimiento científico significa el derrumbamiento de muchos de sus relatos que se daban por dogmáticos.

 

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