Espiritualidad y lenguaje.

febrero 5th, 2020

Espiritualidad y lenguaje.

 

A petición de un amigo “vermutero” al que llamó M, iba tratar el tema de la  espiritualidad, ese estado crítico que experimentan algunos seres y que conlleva una profunda transformación psicológica en la que todo nuestro ser queda involucrado. Pero me veo incapaz de entrar en un tema tan profundo. Así que hablare del lenguaje ya que es un tema que también abordé con M el mismo día.

 

Dice M que el lenguaje nos confunde, nos engaña y nos sumerge entre la falsedad y la verdad, y que en tanto no vayamos más allá de las meras palabras, no seremos verdaderos conocedores del contenido que expresamos.

 

Creo que el vacío está lleno de nuestras palabras que, al final, no tienen ningún  sentido para la naturaleza. Cuando le hablamos a un interlocutor de un lugar señalado en un mapa con una cruz, presuponemos que entenderá que se trata de una X, pero si nuestro interlocutor es muy religioso pensará en una cruz cristiana, y si es un matemático en el signo de sumar. Lo que quiere decir que nuestras palabras son interpretadas de acuerdo con los conocimientos del receptor, y este, puede que esté en el mismo nivel que yo, o en otro; incluso en uno tan inferior que desconozca el símbolo de la cruz.

 

Siempre nos encontramos, en una conversación, con que no podemos afirmar con precisión que la otra persona nos haya comprendido, para ello su cerebro debería estar estructurado igual que el nuestro. En la comunicación entre humanos debe de existir la presunción de un significado idéntico de las cosas, sino es así, la comunicación no puede darse.

 

En la comunicación debe existir la presunción de un significado idéntico de las cosas, sino es así, la comunicación no puede darse. Dependemos de códigos, símbolos, signos cotidianos que fijan un lenguaje, que puede ser engañoso o que puede ser singular. Cuando somos singulares, nuestros interlocutores nos consideran fantasiosos o idos, solamente, por el mero hecho, que hemos dejado de ser ortodoxos y, o nos hemos ido por los cerros de Ávila o rompemos todo los rigorismos.

 

Destacaré que la singularidad es una forma de pensar diferente, una forma de ir más allá de la racionalidad.

 

Me insiste M que utilizamos el lenguaje para escondernos de los demás, para evitar que se nos conozca, se nos identifique. Cree mi amigo que el lenguaje separa a la gente, cuando su función es unirla. Y me recuerda que a veces estás con otras personas y no entiendes nunca lo que están diciendo. Es como sentarse en una mesa con varios informáticos que pueden estar horas hablando sin que un profano comprenda lo más mínimo de su conversación.

 

Un apunte final, en mis experiencias de EMC (Estados Modificados de Consciencia), he podido confirmar que el lenguaje es insuficiente para detallar una experiencia interior, son sensaciones fuera del espacio y tiempo, estados que sobrepasan la plenitud y te unen con un todo que no puedes describir. Para algunos científicos son estados emocionales que no existen, por el solo hecho que no se pueden demostrar, y olvidan que tampoco ellos pueden demostrar la existencia de números imaginarios.

 

Son estados que rayan la espiritualidad que no me he atrevido a abordar.

 

 

 

 

 

 

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El cambio climático que nos arrastra a una distopía.

enero 19th, 2020

 

El cambio climático, después del último intento en la reunión de Madrid[1], se presenta como una catástrofe global que no se puede frenar de la que ya hemos pasado del punto de no retorno. Es como si hubiéramos sobrepasado el horizonte de sucesos de un agujero negro y caemos a su interior sin posibilidad de remontarse. El cambio climático está en marcha, la extinción de las especies avanza como la “Nada” en La historia interminable de Michael Ende, es algo inexorable.

No hay voluntad de freno de las emisiones, las empresas no están dispuestas a pagar impuestos que reduzcan los beneficios de hoy, aunque en el mañana, nuestros hijos se vean perjudicados y dejen de vivir en un planeta azul, para sobrevivir en uno marrón oscuro. Industria y consumismo prevalecen por encima de todo, aunque las consecuencias nos obliguen a circular por las calles con máscaras para respirar. Siempre se obtendrá un negocio de esta situación, desde el vendedor de máscaras al de botellas de aire puro para respirar en casa; desde pastillas  que nos ayudarán a soportar el mal, hasta cirugía para limitar las emisiones en nuestro cuerpo.

El cambio climático es una muerte lente anunciada. Mientras sucede el mundo derrumba amenazadoramente. La población empieza a cosechar huertos de miedo, especialmente cuando advierte que ya no hay nada a que aferrarse, cuando siente que ha perdido toda su confianza en el progreso y en aquellos que utilizaban sus “picos de loro” para vendernos la utopía a cambio de nestro voto. Las quimeras del discurso político, monótonamente repetidas, solo nos han aportado desorientación y desesperanza. Nuestro modo de vida solo nos da más desconfianza en el progreso y más robustez a nuestros idearios de miedo.

Las primaveras árabes han tenido unas consecuencias nefastas, las Agencias de Inteligencia promotoras de estas revueltas, advierten ahora como se equivocaron rotundamente. Véase Siria, véase Líbano, véanse muchos países de África.

Mientras China despierta mostrando su gran potencial y tecnología, no en balde ha llegado a pisar el lado oscuro de la Luna; la OTAN entra en muerte cerebral, Inglaterra se separa de Europa y surgen en las calles los desencantados de la globalización, los que apuestan para otorgar el poder al mínimo a los gobernantes, y dejar que sean las comunidades o regiones las que deban de decidir cómo quieren vivir.

Surgen los populistas en España, los separatistas en Catalunya, los “Chalecos amarillos” en Francia, los que demanda igualdad en Bolivia, Chile, Colombia, Argentina, Irán, Irak o la revolución de los paraguas en Hong Kong. Ya no solo exponen sus pancartas, sino que traen una violencia reprimida que destroza comercios, coches y material urbano a su paso.

¿Es un fenómeno de imitación o es contagio? Es solo un ensayo de unas pocas masas. La próxima vez será más global, entre otros aspectos porque se cuenta con las nuevas tecnologías que permiten convocar a los manifestantes instantáneamente, que permiten grabar los hechos y transmitirlos a cualquier lugar del mundo como testimonio, que servirán como  denuncia y muestras del grado de violencia. Las nuevas protestas se vivirán  en la calle, de día y de noche, sin tregua, sin descanso, con férrea resistencia, sin cesar hasta conseguir que todo esté a punto de estallar. Ahora, como Paris de 1968, se pide lo imposible en una sociedad en la que no hay nada que perder. Corremos el peligro de convertirnos en una distopía.

[1] Los asistentes solo representaban al 25% de los países emisores, y sus decisiones no eran vinculantes.

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En busca de la inmortalidad

octubre 2nd, 2019

En busca de la inmortalidad perdida

 

“Los seres humanos que van a disfrutar el pasaporte de la inmortalidad ya han nacido, son bebés y su futuro no tiene límites”. Así empezó una de sus conferencias Kurzweil.

Voy a desvelar a los verdaderos amos del mundo, no los Rockefeller, March, Rothschild, Windsor u otros, tampoco incluiré al Club Bingbergen, la Trilateral o el G5, o el Vaticano y las monarquía eurpeas; sino a una generación nueva de millonarios, jóvenes, que con un pensamiento singular ven el mundo y la vida de otra forma que el resto de los mortales. Son ateos y creen en la inmortalidad, por esta razón invierten en las investigaciones más fantásticas que existen en el campo de la longevidad humana.

El sistema tiene como objetivo tenernos inmóviles y completamente desalentados, haciéndonos creer que la vida son esos escasos años que vivimos. Y para ello crea miedos incesantes, climas apocalípticos con posibles catástrofes, epidemias y terrorismos, y, sobre todo, nos oculta que podemos ser inmortales.

El sistema y las religiones se alimentan de la muerte para vivir. Como dice Saramago: “El problema de la Iglesia es que necesita la muerte para vivir. Sin muerte no podría haber Iglesia porque no habría resurrección. Las religiones cristianas se alimentan de la muerte”. Sin la muerte el sistema no funciona. Y nos ocultan la posibilidad de que podemos ser seres inmortales. Un hecho que significa un nuevo paradigma que nadie ha podido prever, que puede ser frustrante para los que ya tenía una visión clara de cómo es este mundo; y que puede ser esperanzador para los que están sedientos de más tiempo para adquirir infinitos conocimientos.

Si hay algo que caracteriza el primer cuarto de siglo en el que vivimos, es la búsqueda de vida inteligente fuera de la Tierra, y la investigación en busca de una fórmula para detener el envejecimiento y alcanzar la inmortalidad. Dos objetivos colmados de inquietantes preguntas y respuestas preocupantes, dos acontecimientos que, sin ninguna duda, van a transformar la sociedad. Dos sucesos que nos obligaran a replantearnos todo sobre quiénes somos, que significa nuestra presencia en este universos, qué es la vida y que representa todo este Cosmos que nos rodea.

Hoy existen miles de laboratorios realizando ensayos con ratones, peces cebra, gusanos y monos, cuyo objetivo no es la búsqueda remedios pasajeros o medicamentos transitorios, están investigando caminos para alcanzar la inmortalidad. Algunos con experimentos espectaculares, otros con silenciosos y sospechosos resultados.

En ambos  casos los experimentos y las investigaciones de estos laboratorios tienen como objetivo detener el envejecimiento por diferentes caminos, con distintas técnicas, con experimentos diversos, con procedimientos legales o ilegales. Hablemos claro, existen infinidad de hojas de ruta, pero todas tienen el mismo objetivo final: la inmortalidad.

 

La inmortalidad es un fin que ha sido perseguido desde lo más antiguo de la humanidad, una creencia que hace más de 80.000 años llevo a los Homo neandertales a enterrar con simbólicos rituales a sus congéneres por qué creyeron en una inmortalidad que estaba más allá. ¿Qué les llevó a creer que había un más allá? Sencillamente su mundo onírico en el que se veían sorprendidos en sus sueños por la presencia de seres fallecidos, un hecho que les despertaba con el convencimiento que habían recibido la visita nocturna de los ya desaparecidos.

En los textos más antiguos del mundo, los Upanisad de la India, ya encontramos referencias a la inmortalidad, concretamente en Kata-Upanisad podemos leer: “Cuando se cortan todos los nudos que aquí atenazan el corazón, entonces el mortal se hace inmortal”. En el Bhagavad Gita se anuncia: “Te revelaré lo que se ha de conocer, aquello por cuyo conocimiento se alcanza la inmortalidad”, y en Kena-Upanisad se nos revela: “…por el conocimiento se encuentra la inmortalidad”.

¿Hemos alcanzado ya un grado de conocimiento que nos permite alcanzar la inmortalidad? La realidad es que estamos muy cerca, como mucho a 27 años según Ray Kurzweil, uno de los CEO de CALICO donde se han invertido grandes recursos, más de 1.500 millones de dólares, para que los equipos de investigación de esta Compañía puedan alcanzar la inmortalidad en 2045. Kurzweil destaca: “El niño que vivirá mil años, ya ha nacido”.

Solo cuando se han invertido millones de dólares o euros en una investigación, se ha conseguido resultados positivos. Nunca en la historia de la humanidad, un grupo de hombres jóvenes y emprendedores de Silicon Vally, había invertido tanto dinero en vencer a la muerte. Ni los recursos estatales en investigación superan las grandes fortunas que estos empresarios están gastando para alcanzar la inmortalidad.    Ajenos a sus grandes y productivas empresas de Internet, vuelcan sus beneficios en las más increíbles investigaciones para poder ser inmortales; y también, en la conquista espacial, alentados por voces como la del fallecido Stephen Hawking, que advertía que si nuestra especie quiere sobrevivir debe conquistar el espacio. Y estos jóvenes ejecutivos multimillonarios añaden: Si queremos conquistar el espacio  tenemos que ser inmortales.

Existe un entorno en el que se nos está escondiendo lo esencial. Muchos laboratorios que investigan en la búsqueda de regeneración de órganos, en fármacos milagrosos para vivir más tiempo, en terapias génicas, en fórmulas para rejuvenecer, etc., son bunkers herméticamente cerrados como los laboratorios de BioAzar de los que nada puede salir, incluido el aire que se respira. Otros laboratorios, tras sus aparentes e inocentes investigaciones, ocultan fines más sospechosos, como es el caso de DARPA. Y en algunos se realizan ensayos y experiencias que vulneran las leyes internacionales.

No faltan voluntarios, algunos multimillonarios, como el ruso Dmitry Itskov, dispuesto a ser el primero en transferir su cerebro a un avatar inmortal. O el ruso Anatoli Brouchkov que en 2015 se inoculo una bacteria de 3,5 millones de antigüedad que según él, era inmortal. O la CEO propietaria de BioViva, Elizabeth Parrihs, que vulnerando todas las leyes internacionales se realizó una terapia génica de alargamiento de telómeros que, según aseguran, la ha rejuvenecido 20 años. Por alcanzar la inmortalidad la gente está dispuesta a arriesgarlo todo, a probarlo todo. Incluso sus santidades Pio XII y Juan XXIII, ingerían el primero Gerovita H3 de la gerontóloga Anna Asland, y el segundo papaya traída de Sudamérica.

Este afán por vivir muchos años choca con nuestra ceguera cotidiana que nos lleva a respirar, ingerir y cohabitar con lentos venenos que acaban con nosotros. ¡A ver si ya seremos inmortales  pero morimos porque nos estamos o nos están envenenando!

Por lo menos tenemos que admitir que estamos rodeados de productos venenosos, aparentemente benignos, pero que bajo caprichosas reacciones (temperatura, presión, etc.) desprenden gases que respiramos o adsorbemos a través de la piel. Ni nuestros alimentos están libres de microbios, ni el aire es sano en las montañas o en la orilla del mar; el primero contiene oxigeno que nos oxida, el segundo cloro que afecta a nuestro organismo. Los optimistas destacan que son dosis insignificantes, pero olvidan que son acumulativas.

Estamos rodeados de venenos que afectan a nuestras vidas y, además nos alimentamos mal, bebemos alcohol, fumamos, ingerimos cosas demasiado calientes o demasiado frías, no tomamos precauciones ante ácaros, mosquitos y otros portadores de enfermedades.

Es cierto que también se están consiguiendo grandes progresos en la curación del cáncer, el Alzhéimer, el Parkinson y muchas otras enfermedades. Sin embargo, mientras erradicamos algunas enfermedades, el cambio climático, el rápido intercambio de poblaciones con los desplazamientos de Sur a Norte y de Este a Oeste, nos traen nuevos virus y bacterias que eran desconocidas e insólitas en Occidente. No son solo los seres humanos los portadores de estos contagios, el cambio climático está propiciando el desplazamiento de especies y con ellas nuevos ácaros e insectos causantes de nuevas epidemias

Es precisamente en el último cuarto del siglo XX y en el primer casi cuarto del siglo XXI, cuando empezamos a descubrir animales cuya vida es extremadamente longeva, y no se trata de tortugas o loros capaces de superar los 100 años; me refiero a tiburones de ártico que alcanzan los 390 años de vida. La investigación de sus genes se ha convertido en una hoja de ruta para la inmortalidad.

Los laboratorios actuales ensayan con ratones y aplican  experimentos basados, principalmente en la bioingeniería genética. Gracias al CRISR podemos ensayar y crear seres a la carta. Y nuevos adelantos en la regeneración de órganos van a dejar obsoleta la idea de los seres Cyborg. Del mismo modo que los robots metálicos serán sustituidos por “replicantes” al puro estilo Blade Runner.

Es, precisamente el avance de órganos en bioimpresión en 3D, lo que provocara que los cyborgs cargados de metalistería electrónica se van a convertir en los próximos años en máquinas obsoletas, ridículos portadores de metálicos brazos biónicos, personajes que desencajarán en el nuevo entorno como el robot del embudo en la cabeza del cuento El mago de oz.

Insisto se nos está ocultando una parte de la realidad, intuimos primero y luego experimentamos como nos arrinconan para que no consigamos conocer el verdadero significado de nuestras vidas en este mundo. Nos sumergen en un circo de oropel y fantasía con falsos espectáculos en sus pistas, eventos que nos distraen para ganar tiempo y limpiar el escenario de aquellas pruebas sospechosas. Como el mago Houdini hacen desaparecer  lo verdaderamente esencial, provocando que destile por los más profundos laberintos del cerebro y lo olvidemos. Mientras seguimos viviendo con esa sensación profunda que algo no es real, y que nos están ocultando lo esencial.

Lamentablemente para muchos seres lo esencial no es cómo ha conseguido hacer aquel salto el trapecista del circo que estamos viendo, sino con quién se acuesta por las noches el trapecista.

Nos han alineado, condicionado y formado para que nuestra mente sea lineal y no colmada de singularidad. Nos han acostumbrado a formar parte del engranaje, a convertir el trabajo en el único sentido de nuestras vidas, a creer, como decía el fallecido humorista  Rubianes, que “el trabajo dignifica”. No importa si nuestra empresa contamina o si lo que compramos está producido con ética o a costa de la explotación de otros seres humanos. Nos sumergen bajo las aguas de  ideologías conformistas que nos impiden ver la superficie de los mares. La gran realidad es que al sistema le horroriza que pensemos por nosotros mismos de forma independiente y sin prejuicios. Molesta e inquieta que indaguemos, que tratemos de descubrir que se investiga en aquel inocente edificio o nos interroguemos sobre la identidad y el origen de esas luces nocturnas o esos extraños objetos diurnos que, hasta los astronautas mencionan en sus crónicas. El sistema teme a los coroneles pensadores como Kurtz en Apocalipsis Now, razón por la que hay que neutralizarlos. Por otra parte tenemos una avalancha de información y esto origina que la gente no distinga entre lo bueno y lo malo, entre lo certero y falso.

Pese a la complejidad de algunos temas siempre trato de explicar todos estos avances de una forma accesible a todos los lectores, a este respecto explica  David Garfinkle en su libro: Three steps to the Universe que, “… la ciencia ha adquirido tal grado de sofisticación que es difícil para el lego no solo estar al tanto de los avances de la ciencia, sino comprender los cimientos del método que asegura ese saber. La divulgación de calidad es clave en esta tesitura”.

Están apareciendo descubrimientos que, sin que apenas lo percibamos, están cambiando nuestras vidas, un hecho que requiere en ocasiones plantearse escenarios hipotéticos de lo que se avecina. Sin embargo, lo complicado hoy es realizar esos escenarios hipotéticos del futuro. Es complexo porque a partir que salgamos de un punto dado se abren ante nosotros un haz de miles de alternativas que requieren largos y complejos procesos algorítmicos. Cualquier descubrimiento nuevo en cualquier campo abre una nueva vía hacia nuevos escenarios. Estos escenarios son susceptibles de infinidad de alternativas. Al margen de eso hay que considerar los imprevisibles, por ejemplo nadie previo que Internet fuera lo que hoy es, salvo una serie de informáticos que lo aplicaron y crearon lo que hoy se llama la “nube”. Tampoco nadie creyó que Donald Trump alcanzaría la presidencia de Estados Unidos, fue casi imprevisible. Como destaca Karl Popper: “Nadie puede prever lo que sucederá en la Historia, porque la Historia no tiene leyes ineluctables”.

 

Pronto llevaremos chips obligatorios en nuestro cuerpo. Chips con nuestra identificación, con nuestro currículo vitae, con nuestro historial médico, con nuestras constantes fisiológicas, con nuestros antecedentes; incluso chips que estarán actuando en nuestros cuerpo para producir insulina, para activar las neuronas  del cerebro, para complementar la dopamina que no producimos, para controlar y evitar posibles enfermedades. Es evidente que en el campo de la medicina es más económico colocar chips preventivos que atender en los hospitales a enfermos, aunque el personal sea robótico. A este respecto cabe señalar que ya hay mucha gente que prefiere que le intervenga quirúrgicamente un robot, en vez de un cirujano. ¿Por qué? El robot ofrece una serie de ventajas: será más rápido, lo que significa menos tiempo cloroformado; la incisión será más precisa y menor; no le temblará el pulso, no se cansará; no cometerá errores, etc.

Pero recordemos que los chips pueden manipular nuestro comportamiento, pueden hacer que seamos más agresivos con nuestro voto en las elecciones simplemente bombeando más dopamina; o que votemos atraídos por una candidata guapa produciéndonos una descarga de oxitocina.

También adrenalina para reducir el miedo en la aparición de la IA en los robots, y que acaben siendo ellos los que dominen el mundo. Los escenarios del futuro dependen de los descubrimientos científicos, nuestra estabilidad mundial, el descubrimiento de vida inteligente fuera de la Tierra, los desastres geológicos y los peligros procedentes del espacio.

Tenemos que buscar la verdad que nos ocultan y las consecuencias de esos engaños, aunque ese ejercicio nos represente terminar con más cicatrices que el capitán Acab de Moby Dick; aunque tengamos que rebelarnos como los marineros de la Bounty, cansados de repartir el agua con las plantas; o acabar como el doctor Moreau, del relato de Wells, retirándonos a una isla desierta del Pacífico a 5º de latitud Sur y 105 de longitud Oeste, es decir, desconocida e ilocalizable.

 

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El delicioso tormento de vvir y morir

octubre 1st, 2019

 

El delicioso tormento de vivir y morir

 

El estómago sufre una torsión, una inquietante zozobra recorre el cuerpo acompañada de desasosiego y miedo; parece como si la mente se bloquease. Es una sensación de querer huir, pero ¿a dónde? Es la angustia vital ante el inquietante pensamiento de que un día desapareceremos y dejaremos de ser. Es la imagen de la Dama de la Guadaña que ejerce una forma de terror que nos arrastra como un torbellino primigenio, o esa angustia que sufrían los seguidores de Sartre y Russell en la aurora de 1968 y que tan crudamente ha descrito C. M. Cioran en Breviario de podredumbre donde podemos leer: “Pues nuestro destino es pudrirnos con los continente y las estrellas, pasearemos, como enfermos resignados, y hasta el final de las edades, la curiosidad por un desenlace previsto, espantoso y vano”.

 

Uno de los capítulos más desconcertante e injusto de la condición humana es el ineludible final de la vida, un final inevitable del que se han escrito cientos de versiones de lo que puede acontecer, lamentablemente ningún testigo ha podido confirmar nada ya que, una vez que se franquea la frontera de la muerte, no hay regreso posible por ahora, es como el “horizonte de sucesos” de un agujero negro que, una vez que se atraviesa, no existe retorno posible.

 

Para paliar la angustia de ese final que para muchos es definitivo, han surgido las religiones y las filosofías. Las religiones con pueriles historias de paraísos que nos aguardan, siempre que seamos fieles a la doctrina que los propugna, o regresos de nuevo a esta vida en complejas reencarnaciones cíclicas, como si no hubiésemos tenido bastantes sufrimientos con una estancia en este planeta. Nada que se haya podido confirmar, algo tan vano como la creencia en el alma o el espíritu.

Las leyendas están repletas de seres inmortales y las religiones de extraños personajes que viajan del Más Allá al mundo terrenal. Seres como el Caballero Verde de los sufíes. O personajes que resucitan como el Lázaro Bíblico quién, curiosamente, no hace el menor comentario de su estancia en la mansión de la Parca y no nos aporta ningún conocimiento del más allá, convirtiéndose en un fragmento bíblico que más bien parece extraído de un libro de brujería. Su paso por las páginas de la Biblia es tan rápido como el actor que atraviesa un escenario en una obra de teatro de misterio.

Desde el momento que adquirimos consciencia de nuestra existencia, todos sin excepción, vivimos traumatizados por la muerte, digo sin excepción porque hasta el más creyente procura sobrevivir y no arriesgarse a un final del que siempre alberga una ligera duda.

Algunos seres, sujetos a infantiles creencias, no han asimilado la realidad de la muerte. No se han enfrentado al escenario que un día dejaran de pensar, que ya no habrá recuerdos, que no verán más amaneceres ni sentirán el aire en sus rostros, ni olerán el perfume de las flores… que no serán nada, no existirán porque estarán sumidos en el silencio eterno, en un estado que ni siquiera percibirán.

Es una inmensa incongruencia que durante decenas de años estemos almacenando información, conocimientos, recuerdos, razonamientos y reflexiones en nuestro cerebro, para que en un instante dado todo ello quede borrado y destruido. No cuadra con el sentido común este desolador viaje, esta infecunda presencia en nuestro mundo, para llegar a un final tan devastador. Como diría el dicho popular: “Para un viaje tan corto no se precisaban tantas alforjas”.

La muerte parece no querer valorar las experiencias adquiridas. Es tan estremecedora como el espectáculo de destrucción y creación que nos ofrece el Universo. Ante la fría lógica algo no es coherente, algo falla en nuestra presencia ante el universo si, tras un corto lapsus de tiempo, vamos a ser fulminados. Este hecho hace que nos preguntemos: ¿Si los seres vivos con sus conocimientos mueren, qué perdura?

Por otra parte, nuestra experiencia en esta realidad que vivimos no siempre es fructífera, en la mayoría de casos es una escalera con seres que no pasan del primer peldaño de conocimientos. Seres que más bien han aportado con su presencia, al margen de un puñado de genes, una figura testimonial en las sucesivas cadenas de nacimientos y muertes. En cualquier caso, sean seres destacables, mediocres o simples bufones de la existencia, sus vidas van acompañadas de incertidumbre, desasosiegos, dolor, temores, desamores y sufrimientos. Es decir, la experiencia de surgir en este mundo es más un calvario que un camino de conocimientos. ¿Qué finalidad tiene ese destino cargado de calamidades con un final que va a borrar las experiencias adquiridas? Si bien es cierto que Einstein, por ejemplo, nos dejó la teoría general y restringida de la relatividad, él ya no existe, él no ve la importancia de su aportación, él no es nada, al margen de recuerdos en los libros de física, como lo es el monologo de “ser o no ser” de Shakespeare en Hamlet.

No me conforma que nuestra existencia sea solamente para ir cimentando, en una evolución de cientos de años, la llegada de un ser superior cada vez más enriquecido de sabiduría y conocimiento. Un ser que, en su lógica mental, pensará que para adquirir el nivel que haya alcanzado han sido necesarias cientos de generaciones que hoy son solo un triste recuerdo, y que ni siquiera forman parte del triunfo logrado, a no ser que exista una memoria genética o memoria cuántica que se activa y permanece flotando “ahí” tras nuestra muerte, como aquella filosofía perenne y memoria primordial de la que nos hablaba Huxley. Pero eso no lo hemos podido comprobar, y mientras tanto en ese final irremediable nuestros átomos se desconexionan y dejaremos de escuchar melodías que nos hacen palpitar el corazón, no sentiremos la brisa del mar, ni veremos las nubes en el cielo cambiando de cariz, no percibiremos la iluminación de la estrellas, y dejaremos de leer las enseñanzas de los maestros milenarios.

¿Y si los extraterrestres tienen otra inteligencia diferente a la nuestra?

junio 30th, 2018

¿Y si los extraterrestre tienen otra inteligencia diferente a la nuestra?

[Esta reflexión se la dedico a Manel, capaz de sorprenderme con sus razonamientos en los breves encuentros del Slavia]

 

En 1995, Mayor y Queloz, descubrían el primer exoplaneta, 51 Pegasi b. Este hallazgo se convertía en un soplo de esperanza para todos los que creíamos que no estábamos solos en el Universo. 51 Pegasi b no era una excepción, hoy existen más de cinco mil exoplanetas descubiertos y oficialmente reconocidos.

Ante la cantidad de exoplanetas clasificados, se decidió buscar vida en aquellos que reuniesen algunas características que los hicieran semejantes al nuestro. Se descartó los no fueran rocosos, es decir los gaseosos, y también los que se encontraban muy cerca de su estrella o los que estaban muy lejos de ella. Los primeros por que el calor desprendido de su estrella impediría la vida, y los segundo porque terminarían siendo mundos helados como Plutón. Se creó una zona de habitabilidad.

Discrepo de este criterio de selección, porque la vida, como se ha demostrado en la fumarolas termales de las profundidades submarinas puede aguantar temperaturas muy altas y también muy bajas; porque la vida puede desarrollarse cercana a una estrella con potentes emisiones de radiación, y los seres cercanos ser inmunes (como las cucarachas o dotados de una epidermis bloqueante) a estas radiaciones. Las cucarachas son   indemnes a la radiación que a nosotros nos fulmina, las cucarachas sobreviven a todo menos al “cucal”: ¿Me pregunto qué veneno tendrá ese producto?

No vamos a tratar este tema, pues nos interesa entrar en otro contenido más inquietante. Los futuros telescopios en órbita como el James Webb o los terrestre de Chile, incorporan en su sistema de observación biomarcadores, es decir, que nos podrán decir si el planeta observado, rocoso y situado en la zona de habitabilidad, tiene, por ejemplo, clorofila, agua, nitrógeno, carbono, oxígeno y otros elementos que caracterizan la vida… evidentemente no una vida como la nuestra, algo que nunca será posible, porque no existen dos planetas iguales, con las mismas características, con el mismo tamaño, la misma inclinación de su eje, la misma distancia a su estrella, la misma evolución…

Y he aquí que de repente nos damos cuente que tenemos un problema más complejo que el que se enfrentaron los astronautas del Apolo XIII advirtiendo a su base de la NASA: “¡Houston! Tenemos un problema”.

Si existe vida en esos planeta que hemos descubierto, y en estos momentos me refiero a una vida inteligente; los seres de ese mundo ubicado en la zona de habitabilidad o no, serán, indiscutiblemente diferentes a nosotros, fisiológica y anatómicamente y, por tanto, su cerebro será diferente, y en consecuencia su inteligencia será diferente. Otro tipo de inteligencia, con otros razonamientos diferentes, con otros valores distintos, y no estoy hablado de diferencias producidas por sus memes, sino por tener un mapa del cerebro desigual al nuestro.

Y ahí, en este punto de nuestro gozo por haber descubierto vida, nos damos cuenta que la comunicación con esa vida puede ser casi imposible. De repente tenemos ante nosotros unos seres con una inteligencia diferente, ni mayor ni menor, diferente. Como la que nosotros podemos tener con un pulpo – el animal más inteligente con el complejo fisiológico más complejo -, que no es menos inteligente o más inteligente que nosotros….es diferente, con una inteligencia adaptada al entorno en que vive y constituida por ocho cerebros y un centro de coordinación.

 

Por supuesto que no esperábamos encontrarnos a unos seres que, como el extraterrestre humanoide (Klaatu) de “Ultimátum a la Tierra” (1951), un “clon” de nosotros que no parece haber venido de otro planeta. Si alguna vez se produce un encuentro será más bien a través de sonidos como “Encuentros en la tercera fase”.

En cualquier caso, vamos a tener un problema de comunicación, porque la inteligencia no es lo que hemos pensado que era hasta ahora, no es una forma de razonar y resolver problemas para todos los seres de Universo, es la forma que tienen los seres de la Tierra de razonar y resolver sus problemas. Igual como la vida ha buscado un camino creando los órganos que precisábamos para sobrevivir, la inteligencia se ha desarrollado adaptándose al medio y los problemas que tenía que superar.

La inteligencia no es algo único y exclusivo del ser humano, hay una inteligencia en otras especies e incluso en la vegetación, incluso en las partículas cuánticas.

Durante cientos de años nos creímos ser el centro de la creación. La Tierra era el centro del universo y alrededor de ella giraba el Sol, los planetas y las estrellas. Con el tiempo la ciencia, no sin sufrir dolorosas matanzas y persecuciones, logró demostrar que el Sol era una estrella más de las 200.000 o 300.000 millones de estrellas de nuestra galaxia; y nuestra galaxia una más de entre las 400.000 millones de galaxias que existen en nuestro universo. El encorbatado y elegante ser humano con su maletín, era apenas hace unos 10 millones de años un peludo mono que se desplazaba en pelotas cogido a una liana de un árbol a otro, llevando en su mano un plátano en vez de un maletín. Pese a estos incuestionables hechos el ser humano, basándose a donde ha llegado con su inteligencia, mantiene una postura antropocentrista. Sin considerar que su inteligencia es “una inteligencia más”, en este caso desarrollada para ayudarle a sobrevivir en este planeta.

Debemos desmontar nuestra idea antropocentrista y admitir que somos una “fórmula” más, que ha salido bien para sobrevivir en la Tierra. Debemos razonar ante el hecho que existen otras inteligencias, igual que hay mundos paralelos más cerca de lo que sospechamos, universos burbuja y otras realidades. No somos seres edénicos, ni perfectos mentalmente. Más bien somos seres “tocados”, hecho que se evidencia con las consultas de  psicólogos, psiquiatras, neurólogos, y farmacopea que prolifera en el planeta. Nos vemos perfectos, sin embargo, nuestro aspecto puede ser muy desagradable a un extraterrestre.

Para otros seres del universo seremos monstruos horripilantes, con una constitución corpórea de hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno, azufre, fósforo, calcio, potasio y cloro, y moviéndose por esa complexión química, proteínas, lípidos e hidroxiapatita. Nos valemos para pensar de una cabeza desproporcionada, en la que los órganos están duplicados, y en cuyo interior se esconde, una masa gelatinosa de un kilo y trescientos gramos. El resto del cuerpo con unos peligrosos brazos tentaculares acabados en rasgadoras uñas, y dos piernas que nos permiten desplazar una masa que está formado por tejidos adiposos que esconden vísceras y endurecidos fragmentos de calcio. Casi lo peor de nosotros es la piel, en la que cada centímetro cuadrado alberga 10.000 bacterias. Sí el olfato del ET, con el que intentamos comunicarnos, está desarrollado solo como el de un perro de la Tierra, apreciará las extrañar olores que desprendemos a causa del sudor y los neurotransmisores. Y para remate final nuestro cuerpo tiene unos repugnantes orificios por donde segregamos líquidos, innatos sonidos y restos de excrementos con microbios, una sola gota de saliva de un milímetro contiene 5.000 millones de bacterias de los dos kilos que se almacenan en nuestro cuerpo… ¡como para abrazarnos pensaran los extraterrestres!