Conocimiento

marzo 10th, 2016

A medida que algunos vamos envejeciendo nos damos cuenta que no estamos dispuestos a perder el tiempo con asuntos que no nos producen nuevos conocimientos. Nos damos cuenta que nos queda poco tiempo para saber muchas cosas que nos inquietan y nos interesan,  para tratar de encontrar la verdad del por qué estamos en este mundo y qué significa todo esto que nos rodea. Se que esas respuesta no las encontraré aquí, tampoco tras la muerte, ya que cuando mis moléculas y átomos se desconfiguren, no podre entender ninguna verdad. Más bien, un segundo antes, comprenderé que no eran verdad todas estos mitos y leyendas que ambulan por la sociedad, embaucando a los más ilusos.

Es una lástima, algunos hemos realizado un gran esfuerzo en adquirir conocimientos, para que después se diluyan, se pierdan como lágrimas en la arena, tal como le explica Nexus-6 a Harrison Ford en el fabuloso final de Blade Runner.

Es por este sentimiento de realidad incuestionable que aprovecho el tiempo, y que no me privo de aceptar cualquier invitación que me hacen personas interesantes con las que puedo dialogar mientras saboreamos buenos caldos de Baco o alcoholes de Irlanda. A veces puedes equivocarte de persona y resulta que tienes que soportar a un ido o a un pedante que tienen soluciones para todo menos para dominar su locura o su «yo» sobre dimensionado. Siempre tengo algún truco para abandonar el encuentro, y si no puedo, me dedico a estudiar las causas de la locura de mi interlocutor o su ego indomable.

En cualquier caso me encantan las reuniones con determinadas personas y las sobremesas. De estas últimas recuerdo las largas cenas con los mejores psicólogo, psiquiatras, psicoterapeutas del mundo en el Instituto de Psicología Transpersonal de BCN; o las cavilaciones desorbitadas (pero posibles) del equipo de investigación en Tassili, entorno a las hogueras nocturnas en el desierto. O las también descabelladas conclusiones que alcanzábamos en los yacimientos de excavación ese mismo equipo.  Tampoco olvidaré lo que era escuchar a Anatole Dolinoff tras su sesión de vodkas, aquellos días que experimentábamos en París con las cápsulas criogénicas que servirían para albergar crionautas.

Estos días trabajo en mi próximo libro, obra que debo entregar en Junio, y que el lector de esta corta reflexión, me perdonará si no le digo el posible título y su guión, pero puedo anticipar que hablo de las ondas gravitacionales, de los desgarros del tejido del espacio que nos permiten el viaje en el tiempo, de singularidades y entrañables misterios que se convierten en pesadillas nocturnas…suponiendo que esa «pesadillas» no sean accesos a otras realidades transpersonales.

Ya saben, estoy abierto a encuentros, cafés y sobre mesas, incluso a dar una conferencia sobre un tema elegido, siempre y cuando  me aseguren que habrá un brainstorming entre todos al final. Me gusta explicar, pero también escuchar otras ideas, y sobre todo enfrentarme a preguntas que descolocan, que te obligan a reflexionar, a buscar o terminar pidiendo ayuda a los asistentes para contestarla.

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