El espionaje está perdiendo el romanticismo que le impregnó John Le Carré. Ya no existe el muro de Berlín por el que saltaban los traidores desesperados; ni el Check Point Charlie, puente entre las dos Alemanias en el que tanto espías se habían intercambiado; ya no se pasa la información en un sobre usando el clásico banco de un parque; ni el buzón en el hueco de un árbol; ni la pensión, “asset”, de la afable y afectuosa viejecita holandesa sirve de refugio; no hay encuentros en solitarios en garajes como el de “garganta profunda” revelando pistas del Watergate a los reporteros del Washington Post.
Los espías de hoy son solitarios en sus ideologías, no como los traidores “topos” del MI5 que se reunían de cuatro en cuatro en “Circus”. Hasta en la Biblia, David envía sus espías de dos en dos. Ahora son gente solitaria como Assange, hombre de desconocidas amistades; Manning entregando los documentos en bloques de 700.000 por la Red; o Snowden que deja a la novia, huye a Hong Konk, y traiciona por ideología a la NSA y la CIA.
Tengo que escribir un libro que hable en profundidad de la segunda profesión más vieja del mundo. Hablar de los desertores y de los que renunciaron. En ambos casos abundantes. Ya decía Norman Mailer que “los desertores potenciales abundan al menos tanto como los alcohólicos potenciales”. Por si acaso no guardaré mi información en el portátil dado que, cada vez que lo conecto a la Red, puedo ser “pinchado” (PRISM).
Últimamente incluso en nuestro entorno hay “movida” de espionaje. Casos cutres como el del restaurante “La Camarga” y Método 3, con micrófonos en sospechosos floreros que no cuelan ni en un parvulario. Casos evidentes y reincidentes como el agente Ziani de Marruecos, que se olía desde Bélgica; y casos oscuros como el del director general de prisiones Xavier Martorell, un affaire que aún está por aclarar.
El ciberespacio ha dado nuevas posibilidades al espionaje, o debiera decir ciberespionaje, un sector donde chinos, americanos e israelíes tienen las primeras butacas. Le Carré destacaba que si llegase el día en que no quedasen enemigos en el mundo, los gobiernos los inventarían, y que mientras las naciones compitan y los políticos engañen, la profesión de espía tiene futuro. Si tuviera que elegir el título para la nueva película de James Bond, optaba por: “Ya nada es como antes”.