La guerra secreta del espacio

octubre 10th, 2018

La guerra secreta del espacio

 

Estamos lidiando una ciberguerra secreta mundial no declarada, de la misma forma que hubo una guerra fría cuyos acontecimientos históricos se han ido destapando con el paso de los años. Hoy no solo estamos enfrascados en esa ciberguerra, sino que además se está desarrollando una guerra secreta en el espacio.

 

El pasado 9 de agosto de 2018, Donald Trump anunciaba la  creación de las Space Forces, con el fin de tener el dominio de del espacio. En realidad la creación de las Space Forces no es más que una legalización oficial de la ampliación del teatro de operaciones de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos; la unificación de la Space Development Agency, las misiones del Space Missile Command de las Air Force, las Space Operation Forces y el Air Force Space Command, toda una serie administraciones logísticas que quedarían unificadas en las Space Force.

 

En realidad el espacio ya es un escenario de operaciones secretas con satélites espías y extraños sucesos de los que apenas sabemos nada como ocurrió en la “guerra fría”. Pero ahora ha entrado en ese escenario un nuevo protagonista: China.

 

China, al margen de todo su proyecto espacial que incorporan para los próximos años su propia estación espacial y el envío de astronautas a la Luna y Marte, ha encendió la alarma roja cuando en 2007 destruyo con un misil un satélite de su propiedad de 750 kilogramos de peso, situado a 860 kilómetros de altura. En 2008 un satélite chino de la serie “acechadores del espacio” llego hasta 45 kilómetros de distancia de la Estación Internacional  Espacial sin ser detectado. Y en 2013 China lanzó los satélites CX-3, CY-7 y SJ-15, y en el espacio, uno de ellos que iba dotado de un brazo robótico agarró, a modo de prueba, a otro de los satélites.

 

La realidad es que Estados Unidos reaccionó en 2010 con el lanzamiento secreto del X-37B, un avión sin pilotos que estuvo realizando misteriosas misiones. El X-37B es un dron de 2,9 metros de altura, 8,9 metros de largo y un peso de 4.999 kilogramos, que ya ha realizado cuatro misiones, una de ellas de 718 días en el espacio. En la actualidad acumula 2085 días en orbitas OTV, en las que se desconoce sus objetivos concretos, al margen del espionaje.

 

El 8 de enero de 2018, un cohete Falcón-9 de SpaceX, lanzaba el ZUMA, un satélite espía ultrasecreto construido por Northop Grumman Corp, para los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Pero por un falló ajeno a SpaceX (un adaptador de carga útil que no desengancho el satélite del cohete que había sido montado por Northop Grumman Corp) el satélite se perdió en una órbita entre 150 y 1000 kilómetros de altura. No es la primera vez que se pierden satélite espías, en noviembre de 2017 la Agencia Espacial rusa anunció que había perdido el contacto con el satélite Meteor M2-1, satélite “meteorológico”. La pérdida del ZUMA pasaría como un accidente más, si no fuera porque su precio era de 3.500 millones de dólares, y el hecho de que nadie sabe a qué estaba destinado. El ZUMA terminará por caer y no se sabe dónde, su búsqueda por lo menos ha servido para que se encontrase el satélite IMAGE de la Nasa que se perdió hace 12 años.

 

Un misterio más. El 20 de diciembre de 2017, el general Jean-Pascal Breton de los comandos interarmados del espacio francés, anunciaba que habían constado maniobras de aproximación de otros satélites para realizar observaciones de los satélites franceses. Destacaba el general que varios satélites franceses habían sido inspeccionados por objetos del tipo de “satélites inspectores”. El general Breton destacó que al examinar clichés de uno de los satélites de comunicaciones, el Syracusa, vieron que en 2011, 2013 y 2015, otro objeto, de tamaño más pequeño se encontraba en su proximidad, posiblemente con sistemas de escucha.

 

Como destacaba al inicio, no solo estamos inmersos en una ciberguerra, sino que en el espacio se está librando una guerra fría, en la que satélite toman posiciones estratégicas, se espían comunicaciones y se lucha por obtener el dominio de un medio que debiera de considerarse solo como un lugar de investigación de la ciencia.

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