Un repaso a esos depravados con alzacuellos

agosto 28th, 2018

 

 

Un repaso a esos depravados con alzacuellos

 

 

No podemos quedarnos callados ante los escándalos sexuales de la Iglesia que emergen periódicamente y cada vez con más frecuencia. Tenemos una responsabilidad moral de lo que les ocurre a nuestros jóvenes. No podemos quedarnos impasibles viendo como montones de sacerdotes cometen actos lujuriosos con menores y no son juzgados. No podemos cruzarnos de brazos y alegar que es un asunto interno de la Iglesia, de lo contrario  las democracias que hemos creado no tendría ningún contenido moral.

Los sacerdotes son un colectivo al que estamos manteniendo, sustentando y permitiéndoles que divulguen unas creencias en la que algunos no estamos de acuerdo. Les hemos dejado educar en colegios con ideas ortodoxas y conservadoras. Le hemos dejado tener sus propias escuelas empresariales en las que surgen economistas que los enriquecen. Les permitimos disponer de sus propios medios de divulgación televisivos y radiofónicos en los que hacen proselitismo y nunca se les ocurre pedir perdón.

Muchos como yo no queremos que pidan perdón, queremos que sean juzgados como cualquier otro delincuente, ellos y sus encubridores. Que terminen en la cárcel por haber arruinado psicológicamente la vida de muchas de sus víctimas. Hoy los psiquiatras saben que muchos comportamientos sociales son debidos a traumas de la infancia, y que el más peligroso de los enfermos mentales, el psicópata, lo es porque sufrió abusos sexuales de niño. ¡Se da cuenta lo que estos depravados de alza-cuello han estado generando con el abuso de, no cientos, miles de niños y niñas!

La culpabilidad se extiende a sus superiores (monseñores, obispos, cardenales y Papas), de los que se dice que han guardado silencio. ¡No han guardado silencio! Han sido penalmente encubridores, y esa figura delictiva está penalizada por la justicia. No quiero entrar en aspectos teológicos, pero aceptando la existencia de su dios, este ha permitido el sufrimiento de miles de menores, igual cómo permite que mueran de hambre o por las bombas de aquellos que dicen creer en él.

Durante años han existido los abusos eclesiásticos, no se trata de hace treinta o cuarenta años, la historia de los Papas está llena de asesinatos, violaciones y abusos de estos altos mandatarios de la Iglesia, y de todos los sacerdotes a los que se les exigía el voto de celibato, pero no el de pobreza y moralidad.

Durante años la Iglesia con sus “príncipes” y alzacuellos nos han fustigado con sus tendencias anti-intelectuales, dado que algunas formas de conocimiento les resultaban demasiado peligrosas y era mejor reservarlas para ellos o sus minorías privilegiadas. Han intentado sustituir a los legisladores para organizar lo colectivo, las costumbres y la libertad de expresión.  Saben que en la oscuridad se manipula mejor a las personas y a los pueblos. La libertad ha sido para la Iglesia el más peligroso de los pecados capitales, tal peligroso que no se han atrevido a incluirlo en la lista de los siete.

Nos han hecho creer en sus reliquias: millones de astillas de la cruz con las que se podría haber levantado cuatro Fort Apache; miles de ojos de todos los colores de Santa Lucia; hay por las iglesias más clavos de la cruz que remaches tiene la Torre Eiffel; y más brazos de santa Teresa que miembros de un centenar de pulpos. Con las sabanas santas que corren por ahí se podría construir la carpa de un circo de tres pistas.

Estos arrogantes alzacuellos de sotanas con olor a naftalina  nos han amenazado con las consecuencias de una vida pecaminosa, cuando la de ellos es y ha sido una continua depravación, vicio, lujuria y degeneración. Nos han utilizado haciéndonos creer falsa historias religiosas, leyendas y mitos que el propio teólogo alemán Hans Kung ha calificado de infantilizados. Han ocultado conocimientos, enseñanzas y las han tergiversado para poder mantener sus privilegios. Han escoltado bajo palio a criminales y dictadores incruentos, y han violado el secreto de la confesión para entregar al paredón a miles de personas. Han falsificados documentos para hacerse con posesiones, casas, herencias y valores artísticos que no les pertenecían, han realizado ventas de prebendas y dignidades. Han dominado parte de la educación y formación lavando cerebros y condicionándolo hacia unos falsos valores. Han amenazado a los más jóvenes y a los más iletrados con infiernos terroríficos y purgatorios que llevaban al miedo y traumas psicológicos. Han denigrado a las mujeres, las han marginado y las han apartado del conocimiento y la ciencia.

No, no, su peor de los daños no ha sido en 1890 la castración de los niños cantores del Vaticano para poder mantener sus dulces voces. Ha sido su lujuria, han sido sus torturas en las mazmorras de la Inquisición, sus afinidades con reyes y dictadores, su cinismo e hipocresía, su presencia en todas las guerras que ha habido, sus oscuros negocios con banqueros y mafiosos y sus relaciones con la masonería.

Y hoy que ya no tienen respuesta a todas las cuestiones humanas, se siguen arrogándose como jueces divinos capaces de dictar sentencias sobre el bien y el mal. Su Institución está corrompida, no por las luchas internas por el poder que hoy emergen públicamente, sino por unos sujetos que están más cerca del mal que del bien.

Cuenta Hans Kung, que cuando fue llamado al Vaticano por Ratzinger quien le comunico su expulsión como teólogo del cristianismo, un sacerdote le vino a buscar y le acompaño por Roma hasta el Vaticano, y antes de atravesar la acera que penetra en el Vaticano le dijo: “¿Ahora antes de entrar nos tenemos que santiguar?”. Hans Kung le pregunto: “¿Santiguar por entrar en un lugar Santo?”. Y el sacerdote le contestó: “No, por lo que nos pueda pasar ahí dentro”.

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